Es martes a las 22:30 de la noche. Estoy con mis amigos disfrutando el concierto de Radiohead y a pesar de la multitud de personas desesperadas que hay cantando y saltando, miro la pantalla de mi celular y todo se queda en silencio en mi mente. Veo un mensaje de texto con una foto mía donde salgo desnuda. Al lado aparece mi número de teléfono, correo electrónico y mi dirección compartido en grupos de WhatsApp, ofreciendo “servicios sexuales”. Salí del Estadio Nacional lo más rápido que pude y me fui a la PDI a denunciar el hecho.

Doxxing – Pornovenganza

El doxxing consiste en revelar en Internet datos o documentos personales o de la identidad de la mujer sin su consentimiento. Pueden ser información personal como su dirección, los hombres de sus hijos e hijas, el número de teléfono o la dirección de correo electrónico. El doxxing, que es una violación de la privacidad de la persona, tiene por objeto causarle angustia, pánico o alarma.

 La Pornovenganza por su parte, realizada menudo por una expareja, son personas que difunden en la web fotos eróticas de sus exparejas a modo de venganza, con objeto de causar angustia, humillar o chantajear a la persona.

Al mostrar el mensaje de texto a un funcionario de la PDI, me explica que no existe delito de acoso por internet, a menos que estas contengan amenazas consecutivas y exista una amenaza de muerte y que, además “WhatsApp no pertenece al cibercrimen porque es un teléfono personal y no una red social”. 

Le interrumpí:

– ¡El acoso cibernético también es una manifestación de violencia contra las mujeres!

Él levantó sus hombros y respondió:

– Voy a derivar su caso a fiscalía.

Dos meses atrás, con dos esguinces y múltiples contusiones, después de robarme el celular para que no avisara a carabineros y romper el citófono para que no pudiera llamar al conserje. Me robó las llaves y apelando a mi bipolaridad, se golpeó la cabeza para denunciarme a mí primero.

Me constataron lesiones y me dejaron detenida. Estuve en un calabozo rodeada de reos y gendarmes, esposada por un día entero hasta que se dieron cuenta que yo era la víctima.

le dieron una orden de alejamiento de 500 metros. Alejamiento físico por supuesto, porque los ataques virtuales no cuentan. Ni la difamación de mi persona en redes sociales, ni la divulgación de mis fotos privadas en Facebook, ni los tantos perfiles falsos que se inventa, ni la vergüenza de todo lo que les ha dicho a mis amigos haciéndose pasar por mí, ni los cientos de mensajes de texto y llamadas que recibo cada día.

Mi psiquiatra dice que debo desconectarme, que bloquee todas mis redes sociales.

La PDI dice que me mantenga conectada, solo así puedo registrar una amenaza de muerte y ellos ahí recién puedan tomar medidas.

Al menos tuve suerte pensé. En mi caso la denuncia sí fue considerada, pero porque recibí dos esguinces y múltiples contusiones, lo cual no debería ser el caso en lo absoluto.

También entendí que para que mi segunda denuncia (cibernética) sea considerada, mi acosador me tiene que amenazar de muerte o matar simplemente. La pregunta es ¿hasta cuándo yo y otras mujeres de este país, tendremos que aguantar todo este “hostigamiento online” de nuestros agresores?

Toda esta violencia en apariencia invisible ante los ojos de la autoridad, ya que en nuestro país estas situaciones no pueden ser denunciadas de manera correcta en una comisaría, ya que los sistemas legales no los reconocen como formas de violencia o de acoso. ¿Hasta que finalmente ocurra en la realidad y esa amenaza de muerte se concrete?

¿Y las futuras generaciones? Los niños y niñas, adolescentes y jóvenes, ellos ya viven de sus interacciones digitales, no hay diferencia entre la vida online – offline para ellos y sin una ley que nos ampare seguiremos sin condenar a aquellos que ejercen estas malas prácticas de violencia y abuso cibernético.

No basta con vulnerar nuestros derechos humanos, sino también violar nuestro derecho a expresarnos libremente. ¿Entonces, debemos autocensurarnos y abandonar por completo las plataformas de redes sociales por temor a sufrir represalias online? 

¿Acaso es nuestra culpa que nos acosen solo por estar conectadas?

Acudimos a la ley para que nos proteja, para que “haga algo”, sin embargo, el vacío legal en el tema está lejos de ser atendido como un tema de contingencia. Por mientras decido permanecer conectada, no sólo para registrar una amenaza de muerte, sino para usar la tecnología como una aliada. Sé que ya hay personas poniendo la tecnología al servicio de una causa: el cese de la violencia de género. Esa es la labor del proyecto Everyday Sexism o Take Back The Tech, los que buscan que las mujeres se empoderen a partir de las TIC, que las pongan al servicio de sus necesidades y causas.

También iniciativas como #WomenBoycottTwitter, donde miles de usuarias y usuarios de Twitter se unieron a un boicot de 24 horas de la red social en rechazo al cierre de la cuenta de la actriz Rose Mcgowan luego de denunciar a su acosador. Ante los hechos muchas celebridades compartieron en sus cuentas personales el hashtag como forma de protesta y solidaridad con Rose McGowan y todas las víctimas del odio y acoso a las que Twitter ha rehusado ayudar.

Las mujeres estamos siendo silenciadas, sin embargo, como cualquier persona, tenemos derecho a expresarnos libremente y sin temor. Espero que este tipo de acciones sigan abriendo debates en el mundo sobre el modo en que las plataformas de redes sociales deben responder a los abusos que prevalecen en Internet y la forma en que ésta pueda erradicar la violencia.